jueves, 14 de agosto de 2008

La Creación Literaria una Forma Personal de Comunicación

La Creación Literaria una Forma Personal de Comunicación

Escribe: Pablo Cassi

El arte y en especial la literatura como formas del comportamiento humano, han sido una constante a través del tiempo. La creación literaria de un poeta o de un escritor, por lo general, obedece más bien a una forma personal de comunicación con su prójimo inevitable y con todo aquello que frecuentemente lo sobrepasa. Este sino que lo acompaña como una sombra implacable, lo obliga muchas veces a sustentar una visión pesimista de nuestra sociedad.

No obstante lo anterior apareció de pronto el triunfo de ciertos discursos unívocos, la práctica abierta del sofisma por parte de los profesionales de la retórica, lo que conllevó de manera irremediable a que la función que cumple la literatura, fuera en cierta medida dejada de lado y reemplazada en las conciencias de la mayoría de los individuos por la idea del -entretenimiento o la mera diversión-, la que se ha instalado cómodamente en el alma de la ciudadanía.

Entonces el acto creativo de un autor dejó de ser importante para una gran masa de lectores y por ende para el mercado del libro y así fue que el -mundo de las letras perdió en forma gradual cada vez nuevos espacios en su propio ámbito, un ámbito que posteriormente con la invención de la imprenta a fines del siglo XV, permitió que millones de individuos tuvieran acceso a la más amplia gama de conocimientos en áreas tan disímiles como: la historia, la filosofía, la medicina, las matemáticas, las ciencias políticas, el arte y los diferentes acontecimientos bélicos que fueron marcando la historia de la humanidad. Esta verdadera revolución intelectual trajo como consecuencia el surgimiento de nueva formas de vida y la aparición de un individuo más crítico con respecto a las antiguas estructuras imperantes, las que sólo estuvieron reservadas a un reducido grupo social, mientras la gran mayoría de la humanidad permanecía en el más absoluto oscurantismo.

Como consecuencia de este fenómeno aparecieron posteriormente diversas comunidades, muchas de ellas integradas por escritores, poetas, historiadores, filósofos y dramaturgos, a los que se suman los artistas de la plástica, quienes desde su particular óptica entregaron una visión subjetiva, otras en exceso fatalista o la narración casi fotográfica de aquellos acontecimientos que sucedían en círculos o estamentos sociales más bien reducidos.

Las urbes en ese entonces eran habitadas principalmente por la aristocracia y una emergente clase burguesa, la que en forma paulatina fue ganando espacios, principalmente en el ámbito de la industria y del comercio, generando de esta manera un poder económico, él que posteriormente les permitió acceder a las universidades y en forma paralela a la creación de movimientos políticos, los que no tardaron en generar espacios propicios y una decidida participación en el campo de la administración territorial de un determinado Estado.

Si bien es cierto que durante este largo período aparecieron importantes y señeras figuras en muchas de las disciplinas intelectuales y artístico-culturales, la humanidad experimentó su primer gran cambio con la revolución industrial, la que nace como una necesidad para satisfacer la gran demanda de alimentos, vestuarios, viviendas, medicina y además de una extensa nómina de bienes de consumo. Sin duda que este hecho histórico modificó muchas de las estructuras sociales existentes, en la que los grandes perdedores fueron irremediablemente los artistas y los escritores.

La clase social política imperante, manejada en ese entonces por la aristocracia y la burguesía, también experimentaron cambios profundos en sus estructuras. Lo que hasta ayer para este segmento aristocrático constituía una vida apacible y bucólica, rodeada de escultores, músicos, poetas y pintores, más bien adicta a una insaciable vida social, a lo que se sumaba los permanentes viajes por alrededor del planeta, de manera inesperada debió enfrentar los desafíos de su propio tiempo, una sociedad que cambia en 180 grados y que trae como corolario profundas transformaciones socioeconómicas, especialmente en el campo de la producción industrial y por ende en la optimización de los procesos agrícolas.

Sin duda alguna y en la medida que la revolución industrial fue perfeccionando sus técnicas, el lucro se instauró como una premisa, trayendo consigo un desmesurado interés por aquellos bienes materiales, dejando de lado aquellas expresiones espirituales que antaño habían ocupado un lugar de privilegio en la antigua Europa. Estos profundos cambios que beneficiaron a un número considerable de hombres y mujeres, también admite en su interpretación innumerables versiones, las que van desde la creación de laboratorios para el estudio científico de ciertas enfermedades para las cuales no existían fármacos adecuados, el mejoramiento de los sistemas de urbanización y la aplicación generalizada de un sistema educacional basado en la cultura occidental cristiana.

En la medida que nuestra sociedad occidental alcanzaba sus mayores logros económicos, paralelo a este fenómeno se genera la aparente inutilidad del oficio de los artistas, especialmente de los escritores, quienes comienzan a ser vistos como entes catalizadores de un disturbio subterráneo, una clase que no vacila en denunciar a través de sus obras, un cierto grado de descontento. Esta situación incomoda a esta nueva sociedad, la que opta por relegarlos en forma paulatina a un segundo plano y posteriormente expulsarlos de la reciente república del consumismo y del exitismo.

De acuerdo a este nuevo orden imperante, producto del surgimiento de las grandes economías de mediados del siglo XX, éstas se transforman en verdaderos monopolios para las incipientes economías de América Latina las que mostraban al igual que hoy grandes diferencias, especialmente carentes de motivaciones espirituales y de proyectos que fuesen más allá de lo inmediato y perecedero. A la postre con estos cambios los únicos y grandes perdedores fueron los autores de textos literarios. En la medida que un segmento de la sociedad alcanza un alto nivel económico producto del desarrollo técnico y científico, ésta adopta una postura pragmática y económicista. A juicio de los estudiosos de los mercados competitivos, ésta no requiere para su normal funcionamiento la inclusión de poetas, pintores, músicos, escultores etc. Los grandes problemas por los que atraviesan los países llamados en vías de desarrollo, un eufemismo para obviar la denominación de naciones o estados subdesarrollados, no se soluciona con nuevas promociones de escritores o intelectuales o el fomento de la cultura en sus más diversas expresiones. Lo que aquí se requiere - según - los economistas, es mano de obra altamente calificada, es decir hombres-máquinas que sean capaces de elevar los índices de producción y así poder competir en los mercados de Europa, Asia, Oceanía y Estados Unidos, sin importar mayormente que el día de mañana el alerce o la araucaria de Chile sean nada más que un hermoso recuerdo de la zona sur del país más austral del planeta.

Enfrentado a esta penosa realidad el auténtico escritor se ha planteado con insistencia y de manera conjetural, una redefinición de su rol dentro de esta sociedad convulsa de las que no pocos autores han estado ausentes. No olvidemos que en una visita a nuestro país el novelista peruano Mario Vargas Llosa, frustrado candidato a la presidencia de Perú, hace ya más de una década, argumentó lo siguiente “La pérdida de la identidad de los pueblos de América Latina se inicia a partir de la aceptación de seudas expresiones culturales, provenientes de países industrializados. La drogadicción que atraviesa transversalmente a nuestra sociedad, sumada a la industria de la pornografía, la que se sitúa en el cuarto lugar, a pasos de un alcoholismo desenfrenado en vastos sectores socioeconómicos de nuestra juventud, hoy a nadie escandalizan. A lo anterior podemos agregar que un joven cantante de origen negro, elevado a la cima de la popularidad y con millones de seguidores en los cuatro puntos cardinales, requerido por un tribunal de los Estados Unidos por prácticas de pedofilia fue declarado inocente, no obstante que hubo pruebas más que suficientes para culparlo de este tipo de delitos. Este seudo ídolo goza de inmunidad diplomática para transgredir todas las normas de la ética y de la conducta humana. Una pregunta no se hace esperar ¿Por qué en el país de las oportunidades, él que se dice ser respetuoso de los derechos ciudadanos y de su propia constitución y de sus leyes que castigan severamente este tipo de transgresiones, opere de una manera distinta para unos y para otros?”

Junto al siempre acechante negativismo humano hacia las más nobles expresiones espirituales y el ilusionismo palabrero de las diferentes corrientes del pensamiento sean éstas políticas, religiosas o filosóficas, ciertamente que tanto los escritores como los intelectuales y los artistas son alcanzados también por tales panaceas. La tentación propagandística no tarda en producirse y una avalancha de elogios se enseñorea satisfecha en el espíritu de quienes buscan en esta vocación permanentes dividendos. El hedonismo cada día gana nuevos espacios, el lema es: "Se vive sólo una vez". Lamentablemente esta situación no ha estado ajena a quienes trabajan tanto en el ámbito literario como en otras expresiones del arte, enlodando el prestigio y la trayectoria de muchos autores y artistas que han sido consecuentes con su forma de pensamiento y que difícilmente podrían traicionar una vocación a la que han dedicado gran parte de su vida.

Deseo antes de concluir estas ideas invitar a todos los hombres de buenas costumbres, a defender lo más íntimo de cada ser humano, lo que se inicia a partir con el descubrimiento del lenguaje y sus significados porque las palabras también pueden modificar ciertas conductas equívocas y alzar banderas de lucha: el amor al prójimo, a la tierra que nos vio nacer, el vasto horizonte de nuestra infancia mientras la noche oscurece el cielo para recordarnos que somos nada más que simples peregrinos que vamos de un lugar a otro en búsqueda de la palabra perdida, aquella que nos podría identificar a la hora del encuentro. Cada vez que nos reunimos en un lugar del planeta tácitamente aceptamos que la tarea del escritor requiere ser escuchada con atención, comparada con otros oficios de la misma naturaleza y aceptarla como una actitud que hemos heredado de nuestros antepasados, quienes jamás fijaron fronteras geográficas, características raciales o de otra índole que no fuera entregar un mensaje capaz de inducirnos que la vida está siempre más allá de lo que podemos percibir y de esta manera desafiar el contumaz olvido que a diario nos desalienta.

Estar aquí significa aceptar que la palabra no es un objeto que se pueda emplear de manera irresponsable y con absoluta impunidad, más allá de la propia óptica personal, la que por muy valedera que parezca ser no amerita que el lenguaje se transforme en un arma mortal. A todos los autores de alguna manera u otra los vincula un cierto grado de fraternidad en aquellos afanes que son comunes al hombre sensible, a ése que es capaz de empatizar con el mensaje de los demás. Este acto de comprensión requiere de una capacidad de amar a su prójimo inevitable y a su vez, otorgarle la posibilidad de encontrar puntos de unión que le permitan despojarse del fanatismo, la intolerancia y el resentimiento social, él que a veces suele aflorar en ciertos autores y artistas más bien como una forma de desequilibrio psicológico.

Como en todo orden de oficios y responsabilidades, la primera condición del escritor para realizar su trabajo es hacerlo bien. Conseguirlo quizás le llevará -probablemente- toda la vida. El escritor nace y se hace cada día, porque debe comprender que escribir es dedicar su tiempo más valioso a recoger, expresar, comunicar, soñar, a querer y a no querer a todos los verbos inexcusables que forjan con o sin su permiso, la difícil cotidianidad, cualquiera sea ésta y en el lugar en el que se encuentre, es decir alma y cuerpo de todos los días, de todos los momentos y en todos los lugares porque la vida de un autor no es una fórmula mágica, ni los componentes de ésta se encuentran en un recetario.

Ser recreador con la palabra significa hacerse cargo de una variada gama de interrelaciones y asumir un rol pacificador dentro de una sociedad que aún no sale del todo de la barbarie. Su vida ni muy distinta ni muy distante de las de otros, se forja de nostalgias y sueños, de concordias y desacuerdos, de amores y desamores que no podría, si no acoger como materia vital de su propia experiencia, porque la poesía o la narrativa no son adornos barrocos, trasnochados y ojerosos, ni panfletos políticos usados impunemente para captar a posibles incautos en periodos electorales, ni menos tontería solemne, empalagosa, ni un atrevido simplismo de rimas consonantes, sensibleras o de palabras usadas hasta el cansancio para denunciar lo que todo ya conocemos.

Sin negarles por cierto el derecho a existir a estas seudas formas de la creación literaria, afirmamos que ninguna de ellas corresponde a la verdadera - literatura - porque ella detenta sin arrogancias esa intransferible misión de custodiar la riqueza de ser hombres, en la exactitud de la existencia cotidiana, allí donde se revela el auténtico drama humano.

Y una pregunta no se hace esperar ¿Hasta dónde se extiende el poder de la palabra? ¿Qué zonas limita o intenta poblar? La respuesta depende de ese factor decisivo que se denomina talento, pero que también exige trabajo, consciencia, inspiración y quizás años de espera para que uno o más individuos lo reconozcan entre sus iguales. Mi convicción personal se basa en la creencia de un ser superior cuya denominación tiene diferentes nombres y lenguajes. Cada cual es libre de otorgarle la divinidad que crea que más lo interpreta. Este ser superior que para algunos tiene rostro conocido, otros lo identifican de una manera diferente: la energía que fluye en el universo y que permite la existencia de quienes habitamos en este planeta.

Cualesquiera sea la creencia personal, el don que posee un artista o un escritor, proviene de una clave genética que ni los propios autores son capaces de identificar. Ellos muchas veces atribuyen que ésta es una mera casualidad. En el arte no existen las casualidades si no la causalidad, es decir que todo es causa y efecto y por ello no canta el que tiene ganas, si no el que sabe cantar. La virtud o el descalabro corren por nuestra cuenta, así lo han entendido la mayoría de los escritores que abrazan este oficio como un desafío. Ellos están conscientes que enfrentados a la difícil disyuntiva que es dar a conocer públicamente sus primeras creaciones, han sido fieles a su consciencia y a sus propias limitaciones de simples mortales, sobrepasando a la vanidad y a la complacencia del aplauso barato, tan en boga en estos días. Ellos creen en su oficio, sabiendo que el triunfo definitivo no se alcanza a partir de las autosuficiencias individuales porque han comprendido que este oficio es un trabajo permanente, donde cada día se concurre para aprender y no imponer erradas convicciones, carentes de fundamentos netamente literarios. La tarea de todo recreador se labra en el sentido más hondo y amplio de la persona que su responsabilidad no es únicamente no mentir, si no atreverse con lo verdadero y lo imperfecto, ya que escribimos en gran medida porque algo nos falta o porque algo nos sobra.

Hoy sin embargo percibimos una cierta disociación en la vida estética de muchos autores, una dicotomía entre la permisividad y la franca decadencia por la que atraviesa nuestra sociedad y de la cual sólo sobrevivirán aquellos que han abrazado al arte y la poesía como una expresión cotidiana.

La revaloración del trabajo creativo ganará nuevos espacios en el corazón del conglomerado humano cuando existan autores comprometidos en fomentar un interés real por el arte y la cultura en sus más diversas expresiones. A menudo el discurso actual es aquel que habla de una sociedad creadora, capaz de utilizar la imaginación para construir nuevos mundos a partir de la palabra o del color pero vemos con cierta decepción que estas expresiones espirituales no están incluidas en la nómina de aquellas necesidades fundamentales que requiere un artista para sentirse partícipe de esta sociedad y así colaborar con su mensaje para construir un mundo más equitativo, tolerante y solidario.

La psicología social encargada de estudiar este tipo de fenómenos expresa que la literatura refleja la época que se vive, las orientaciones que ha recibido, los impulsos individuales producto de las diferentes percepciones que cada autor capta del entorno, la afectividad expresada de indistintas maneras, y que en fin de cuentas todas ellas se reflejan en quienes se sienten interlocutores válidos en este proceso existencial, él que sin duda ayudará a mejorar la calidad de vida del individuo.

No deseo concluir esta breve reflexión en torno a la creación literaria como una forma personal de comunicación o de la utilidad de la poesía, si ésta aún podría calificarse como útil en una sociedad tan deshumanizada como la nuestra, sin antes manifestar que no reconozco obligaciones temáticas de ninguna índole, si una paciente labor que se traduzca a través del tiempo en un abrazo fraternal y solidario, mayor a toda la soledad existente que nos invade y quizás por esto pienso en tu soledad y luego agrego mi cariño a todos quienes se identifican con esta forma de vida.